Dos momentos
Los últimos acontecimientos
sociopolíticos experimentados en el país, relacionados con la educación, las
protestas ciudadanas, la incomunicación entre los actores políticos, me
trajeron a la memoria otro momento previo a una época de convulsión y
crispación política que nos correspondió vivir como nación. A fines de la
década del 60 se produjo una serie de cambios que alteraron la vida política y
aceleraron el proceso de descomposición de la democracia chilena hasta llegar
al quiebre de 1973.
La renuncia con elástico de Julio
Durán producto del naranjazo de marzo del 64, en la elección complementaria, a
propósito del reemplazo del parlamentario socialista fallecido, provocó un
remezón político grado 7, donde el clima enrarecido favoreció la elección del
candidato DC Eduardo Frei Montalva quien, gracias al susto de la derecha, que
se le sumó, fue elegido con el 55,7% de los votos, votación inédita en el Chile
de los tradicionales tres tercios. Sin embargo, al cabo de sus seis años de
gobierno, el desgaste fue impresionante, personalmente pude apreciar, como en una
de sus últimas salidas a regiones era pifiado, en su última visita a la llegada
a la Intendencia de Concepción, hoy región del Bío Bío. Su deterioro electoral
fue de tal magnitud, que tampoco fue capaz de entregar el mandato al
representante de su partido, Radomiro Tomic, en la elección presidencial
posterior del año 70, resultando este tercero detrás de Allende y Alessandri.
El trabajo de demolición de la institucionalidad y gobernanza por parte de la
extrema izquierda ya rendía sus frutos. Durante los últimos años del gobierno
DC, se sucedían las huelgas estudiantiles y barricadas en los entornos
universitarios. En la capital penquista y especialmente en la U. de Concepción,
cuna del MIR, en aquella época, más de una vez pude apreciar barricadas en las
seis a ocho calles principales que accedían al barrio universitario penquista y
su entorno inmediato. Todo esto derivaría posteriormente con el gobierno de
Allende, en el quiebre de la democracia en Chile.
Por supuesto, estos dos momentos
no son comparables, sin embargo, si uno analiza lo que se está insinuando hoy,
en materia de conductas políticas, comparándolas con algunas de la “buenas
prácticas” que se fueron perdiendo en los años previos al quiebre histórico,
hay trazas que si se siguen extremando, podrían inducir a resultados que pueden
asombrar a mas de alguien.
Los cambios de la sociedad, que
no han sido calibrados en su justa medida por las cúpulas partidarias,
combinados con la crispación política y su desajuste o alejamiento de la
ciudadanía, son un problema que hasta el momento ninguno de los actores
político institucionales, ha dado pie en bola para su solución. Muy por el
contrario, se extreman los errores y se insiste en las prácticas que ahuyentan
a la ciudadanía de la política. El economista Sebastián Edwards, recientemente
en un matutino nacional lo expresaba frente
al último cambio de gabinete, cuestionando su origen, que según él, “proviene de un estrato socioeconómico de
élite, que de verdad no comprende las vivencias, aspiraciones y preocupaciones
de la población, incluyendo las de la tan manoseada clase media.”
Un consuelo pobretón, es que este
cambio está ocurriendo en muchas partes del mundo, con el surgimiento de un ciudadano más empoderado y que no duda
en reclamar cuando algo le molesta, exigiendo mayor participación y
colaboración. Todo lo cual, demuestra “una falta de empatía con el pulso social”,
como lo describe el columnista Martín Rodriguez. Para él, según estudios del
PNUD, “las actuales relaciones, las prácticas o maneras de hacer las cosas que
se expresan en las negociaciones, en los intercambios y en los conflictos,
impiden el aprovechamiento del nuevo piso de oportunidades alcanzado por el
país y son una restricción para dar un nuevo impulso al desarrollo”. Lo bueno
de todo esto, si se mira como una oportunidad, es que, “favorece la instalación
de nuevas prácticas y maneras de hacer las cosas”. Pues entonces, manos a la
obra.
Austral de Temuco
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