De esto y lo otro
Chile y las regiones, cada vez
están más insertos y dependientes de la economía global, distintas señales
transmiten una proyección de crecimiento
a la baja en una escenario internacional menos auspicioso de lo que ha sucedido
en los últimos años. Por otro lado, el cambio de gobierno y de orientación de
la coalición que lo encabeza, hacen que la agenda modernizadora gubernamental y
su instalación, se deba hacer cargo de abordar los desafíos en diversos ámbitos
del desarrollo.
Como lo expresara recientemente el ex ministro Jorge Marshall en una
columna de un matutino capitalino, el periodo presidencial de cuatro años no
debiera confundirse con el horizonte en que se piensan las políticas públicas.
Según él, estas dos perspectivas “no están bien integradas en la
institucionalidad del sector público, lo que lleva a privilegiar las medidas
que rinden resultados inmediatos, más asociados a ciclos electorales que al
largo plazo. Corregir esta deficiencia requiere modernizar la institucionalidad
pública y no necesita extender el período presidencial.” Este aspecto es clave
tenerlo presente incluso para establecer una visión estratégica de largo plazo
que permita abordar los temas de fondo, así como también se hace necesario,
sobretodo en los tiempos que corren, “fortalecer el diálogo social para
movilizar al conjunto de actores relevantes en torno a la agenda de
desarrollo”.
Para un diálogo social
fructífero, el lenguaje a usar es esencial, el cual no contribuye muchas veces,
dado el típico posicionamiento que generalmente se adopta por parte de los
distintos actores y tendencias conforme a su ubicación en el espectro político.
Es común que las definiciones, interlocuciones y los anclajes, se posicionen en
el lenguaje de las herramientas, en lugar de hacerlo en la búsqueda de coincidencias
en pos de objetivos, fines o metas comunes, que la mayoría espera alcanzar. Un
ejemplo patente es la Asamblea Constituyente, en lugar de centrarse en
identificar y concordar, lo más rápidamente posible los cambios que se requiere
y, en los cuales exista consenso, la mayoría se enfrasca en la retórica de los
instrumentos.
En esto y lo otro, siempre hay
que privilegiar lo que une al país y no exacerbar o enfocarse en lo que separa
o divide. Por lo tanto, se debe partir incluso por el discurso, más aun
sabiendo que el lenguaje crea realidades. No hacerlo, ya se sabe lo que puede
significar, o en que pudiera terminar, es cosa de ver lo que ha estado
ocurriendo en Venezuela, la crónica de un crisis anunciada, donde los términos
unión y confianza han desaparecido por desuso, al extremarse y polarizarse los
discursos de los distintos actores. Algo muy parecido ocurrió en Chile a fines
de la década del 60 e inicios de la del 70, cuando los gallitos en materia de
manifestaciones o lucha callejera violenta, para demostrar quien tenía mas
adherentes o más fuerza, escalaron a niveles que hicieron desaparecer la
amistad cívica, de la cual el país se vanagloriaba. Los negros resultados
pusieron a Chile en la pizarra mundial y nadie, en su sano juicio, de los que
experimentaron aquello, volvería a
promover algo parecido.
Las experiencias son
para sacar lecciones y también para aprender del vecino, cuando éste está en
aprietos, así como también para poder ayudarle al otro, a salir del hoyo negro,
de lo cual a veces pareciera ser imposible poder hacerlo, pero peor es seguir
adelante cuando el camino va impajaritablemente al despeñadero.
El Libertador de Rancagua
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